viernes, 4 de marzo de 2011

Qué lindo es respirar la dulce sensación de olor a "San Pedro", nuevamente y sobre todo, después de haber vivido lo que viví. Qué lindo es volver a mi lugar, mi espacio, mi terreno, a lo que me pertenece y, claramente, le pertenezco... Aquí. Sin embargo, yo tengo presente que muchas cosas han transcurrido desde la última vez que estuve tecleando todas y cada una de las letras de éste teclado amarillento. Por eso, corre por dentro mio, como un imparable impulso de mejoría, las complicadas e inexplicables ganas de contarles un poco cómo y de qué forma he pasado éstos días que, finalmente, se hicieron eternos. Pero, para eso, voy a citar algunas cosas que escribí en otros contextos que no son, precisamente, internet ni éste blog. Al no pensarme una persona que tiende a crear "aburrimiento" en los demás, aunque sí un sólo un poco de monotonía, voy a transcribir lo último que escribí en Tucumán y, de paso, se enteran un poco de las cuestiones de una aparente estadía en cautiverio, sin la necesidad de tomarse tan literal la cuestión. Acá les va.

Escrito el 2 de Marzo de 2011:
"Estoy agotada de ésto. Me duele la cabeza y siento la terrible intolerancia de algo que no puede contenerse más, de algo que va a estallar en cualquier momento. Sinceramente, ya no tengo más idea de qué es lo que voy a hacer. Estoy desesperada por salir corriendo, por OTRA rutina, por reconocer caras conocidas aunque sea en una esquina sin nombre alguno o, mínimamente, de hacer algo distinto cada día. La radio suena y suena todos los días, sin cesar. Ya ni la música que antes me hubiese contenido y consolado internamente logra hacerlo. Acaba de sonar el celular, acto seguido, se abre un mensaje de texto con la palabra "fuerza" y yo, sin saber qué hacer todavía. ¿Por qué retraso mi vuelta si tengo la posibilidad de volver? ¿Por qué carajo me pasa ésto que, ni siquiera en los peores momentos, me pasó? No entiendo el sentido de la línea esta, aunque a la vez, sea consciente (y mucho) de cómo es la cosa. De cualquier manera, aquí estoy, procurando encontrar ese "ratito de fuga" que alguna vez alquien me enseñó, o quizás trató que aprenda, para situaciones o minutos como éstos, nostálgicos, límites, golpeadores. "Todo sea por un futuro mejor", leí por ahí. No niego que tenga razón, porque quizás y con toda seguridad, la tenga. Sin embargo, es inevitable ésto. Si, inevitable, ni palabra más, ni palabra menos. No sé si sería mejor o peor estar más sola de lo que realmente estoy, ya que de cualquier manera, lo estoy todo el tiempo. Tal vez, una persona es apoyo. Dos, un pilar más duro y menos flexible; pero, muchas veces (como ahora), ni el mejor de los apoyos puede corresponderte o "servirte", por así decirlo, como vos lo necesitas, lo requerís.
Hacía bastante que no tocaba un cuaderno, la computadora, ni una mísera servilleta descartable. Capaz que es eso, capaz que no. La cuestión es que hoy me acerqué mucho a lo que se dice o algunos llaman "desesperación". Si, y todavía ni se acerca a la mitad de todo. Las manos se me van, las palabras me fluyen en la cabeza como diccionario irregular, que no termina de ordenar alfabéticamente cada letra y ya va soltando las palabras que tengo que escribir acá. No es obligación, no es "desahogo" ni "ganas de sentirme mejor", aunque no estuviése demás algo así; es, sencillamente, el impulso humano de sobrevivir (¿o supervivir?). Y, algo de eso tiene: es una supervivencia constante la que llevo aquí desde hace un par de semanas. Siento que cada vez conozco mejor ésto, pero estoy empezando a sentir vergüenza por las otras veces que dije lo mismo, sin tener la mínima idea de lo que ésto conllevaba y, sobre todo, sin entender que no (son) eran "vacaciones" por unos cuantos días más. Lo repito, oigo lo que repito, lo vuelvo a repetir, miro a mi alrededor y no termino de comprender cómo es posible que ésto sea una NUEVA VIDA para mi. Puede ser que nunca haya entendido bien el mensaje, como puede que no (aunque, me parece, es lo menos acertado). No obstante, así estoy hoy. Con todas las ganas del mundo de salir corriendo y tomarme el primer micro a ese pueblito basura, que sea lo que sea, es mi casa y lo que más añoro en el mundo. Ya no se trata de imaginar viajes a otros países del mundo u otras provincias; mucho menos de estar pensando en qué quiero ser y demás. Lo único que quiero, deseo y espero es ver a los míos. Estar tranquila, sin ningún problema (excepto aquellos que nunca se van a ir y que, por ende, siempre están), haciendo algo con alguna persona de confianza. Nada de cuadras largas, de anchas calles pavimentadas, de gente que te choca por doquier, de grandes edificios que marean a cualquiera, de caras absoluta y remotamente desconocidas, de un mismo circuito por recorrer, de las mismas cosas para hacer...¡BASTA de eso! Aquí nada es lo mismo. No encaja un "me da igual", no se da un "igual, te veo más tarde", no aparece un "permiso - gracias" por inercia o, simplemente, por cortesía. Todos viven su ritmo y los demás, que Dios se apiade de ellos. Acá uno es, sencillamente, uno más. Nunca se encuentra, ni por casualidad, un "éh, yo te conozco" ni un "Hola Ganzita, ¿cómo te va?". No busco seguir imponiéndome excusas, razones o motivos de por qué me pasa lo que me pasa ahora; no intento ya ilusionarme y persuadirme con gran facilidad de que todo ésto se me va a pasar unos segundos después de haber escrito éstas líneas en una catarsis sin fin. Solamente, quiero ser lo más sincera y abierta que puedo ser, decir lo que verdaderamente pienso, siento y me pasa, como sea y de la forma que sea. ¿Llorar? Siempre pensé que reprimir lágrimas es un signo de estupidez humana y, claramente, por el contrario, llorar es ser valiente. Entonces, ¿por qué carajo me duele y cuesta tanto dejar soltar éstas lágrimas? Okey, quizás es por eso. Por el hecho mismo de que son las primeras que se escapan después de tanta represión personal en todo éste tiempo transcurrido ya y, como suele suceder, lo primero de todo es lo más difícil o complicado de explicar o, mejor dicho, de buscar una explicación y, a su vez, una nueva excusa perfecta que logre hacerme sentir un poquito más fuerte de lo que, realmente, llego a ser (si es que lo soy, en algún punto). El punto es que puede ser (y también creo que ES) que haya algo más. Algo más que me tenga indiscutiblemente apática, tirando a un poco triste. ¿Qué necesidad hay de negar que quiero estar allá, en su cumpleaños, pasándola de lo mejor con toda la familia en otro de esos días tradicionales en que compran tanta comida que siempre sobra para el día que sigue? Bien, ninguna. Eso es exactamente lo que también sucede: el estar ausente en un día importante, por lo menos para mi. Mirar el reloj digital del teléfono celular cada dos minutos y notar que el tiempo, últimamente, corre lo más lento que puede es otro de esos tantos "tics" que, éstos días sobre todo, estuve generando casi de manera inconsciente.
Yo puedo ser la mejor o la peor persona del mundo, puedo ser la persona más fría como la más cálida y cariñosa, puedo llegar a transformarme en "la maldad personificada" o, contrariamente, ser un "ángel caído del cielo". Puedo estar tranquila y, a los dos segundos, ser la persona más histérica e insoportable que la gente haya conocido. Cortante o amable, idiota o de buen humor, enojada o triste y, ganándole a la velocidad de la luz, estar feliz o alegre. Bien, ahora sólo se trata de transportar todo eso aquí: es una constante y frecuente pelea de cambios de estado o humor a corto plazo que, se modifica con el mínimo, insignificante e imperceptible suceso. Por ahí, nadie pueda entender ésto que me ocurre, capaz que no hay tal explicación que me llene y me satisfaga para saber cómo voy a encontrarme en los últimos cinco minutos; o bien, esté ahí y se trate de un razonamiento completamente psicológico que, apenas me cuenten cómo funciona, lo retenga por un corto lapso de tiempo y luego se me olvide. Con toda la sinceridad del mundo, no lo sé. Pero acá estoy, sentada en la cama con una computadora al frente, que sigue el ritmo de cada uno de mis dedos tecleando sin parar, al mando de una mente que anda, prácticamente, suelta, sin un seguro de vida, sin un seguro de un estado sano y correcto. Me importa, básicamente, muy poco si ésto es algo coherente o no, si es corto o largo, si es entendible o cada palabra está en las nubes. Mañana, quizás, salga a correr, a caminar, liberar un poco las tensiones que tengo que, aunque no parezca, están más que instaladas y cómodas en mi cabeza y cuerpo. Lo noto, lo siento de una manera tal que me es, abusamente, complicado escribir o, en otro medio, hacer entender a alguien. Siguen saltando frases de mis sesos filosóficos como si fuera que nunca pudiese terminar ésto, cosa que tampoco quiero. "vos elegiste ésto", "odio no poder hacer por vaga, lo que quiero", "necesito otra cosa", "es como estar presa de tanta libertad" y algunas otras cosas irrelevantes a éste texto. Aunque de eso se trata, me parece. De cosas irrelevantes que al poco tiempo se vuelven lo más acertado y cierto de lo que (me) sucede. Pasan a ser totalmente relevantes. Igualmente, la frase describe exactamente lo que significa estar acá. Esa libertad que, por ahí, antes no existía o nunca era puesta en práctica, de golpe, pasó a tener un papel protagónico en esta nueva parte porque aquí es completamente lo contrario a lo anterior. Es un ir y venir constante y, hasta ahora, sin sentido alguno, con toda la libertad del mundo. Sin un "¿A dónde vas?", "¿Qué estás haciendo?", "¿Necesitas que me cruce así estoy con vos hasta que vuelva tu mamá?"... Y, si. Otra vez algo de agua salada, generada por mi, en los ojos. Porque hasta los detalles más estúpidos que alguien podía llegar a tener conmigo dejé pasar. Porque hoy, más que nunca, extraño de la manera más inesperada a aquellos que siempre me hicieron saber que buscaban un ratito con mi presencia al lado. Pero, ya no hay tiempo para arrepentirse. ¿Qué más da? Ya nada cambia, ya no es necesario ese "crucencé a comer que es tarde", es imposible que con sólo pensarlos, recorran más de doscientos kilómetros y me den ya el abrazo de oso, que tanta falta me hace desde que empecé a echar de menos todo aquello. Es posible que, al "terminar" ésto, me cepille los dientes con cada uno de los productos dados por la dentista, me ponga el pijama y me acueste. Entre acomodo, vuelta para un lado y vuelta para el otro, se me haga imposible controlar la salida de más y más lágrimas traviesas, que representan el inmenso y, raramente, extraño vació que se está desarrollando dentro mio. Voy a llorar cinco, diez, quince, veinte minutos y, con suerte, logre dormirme sin ponerme a crear pensamientos de más que terminen por arrebatarme la poca fuerza que me queda para aguantar todo lo que se viene que, por cierto, no es nada diminuto, pequeño o menos complicado que ésto; sino, paradójicamente, todo lo contrario."