domingo, 30 de enero de 2011

¡Qué idiota te hace el amor!

Estoy empezando el proceso de convencimiento para sincerarme con vos, decirte las cosas claras y como son y, finalmente, estar tranquila conmigo misma. Nunca voy a negar que llegás en el momento oportuno, justo para encajar en mi caja de pandora como el cable a tierra que aparece para estar bien en momentos que podrían corromper a cualquiera. Te quiero, lo sabés. No me caben mucho las cursilerías cuando tienen que salir de mi, creo que eso es algo evidente que debés haber notado; sin embargo, es imposible que deje de decir que estás escalando, poquito a poquito, una montaña con gran elevación donde, cada centímetro que subís, me importas más y más. Por otra parte, vos sabés cómo soy, más cuando se trata de relaciones amorosas. Se le antoja aparecer a esa persona fría, que piensa cautelosamente cada cosa antes de hacer o decir y que, sin motivo alguno, no suelta más que "forreadas" baratas cada dos segundos. Por eso, necesito ésto. Decir aquí lo que no digo allá. No quiero precipitarme, apurarme, afirmar ni asegurar cosas, sentimientos, sensaciones ni acciones cuando, hoy, poco es concreto y seguro. Si, con ésto no tengo por qué negar que tengo miedo (como antes). Vuelve ese pánico de una manera imperceptible y paulatino que, me come la cabeza con frases como "no te metas en líos, de nuevo". Y, vos decís: ¿Che, pero si estás tan bien, cómo se puede tener miedo?. No sé si es una respuesta, pero creo que, casualmente, es eso. Miedo a perder, a que todo salga mal, a que las cosas no sigan como están ahora, miedo a sufrir o hacer sufrir. No obstante, sigo insistiendo que no tendría que ser así de estúpida egoísta e inconformista conmigo misma.