miércoles, 27 de abril de 2011

Sucede, cuando quiere.

No me explico cómo es que al escuchar algo uno puede llegar a soltar lágrimas. Lágrimas que en ese momento no tienen explicación, motivo o razón. Sin embargo, eso es sólo una creencia, algo superficial, ya que muy en el fondo, lo tiene. Es otra de esas pocas veces en las cuales me toca quebrarme al darme cuenta que es imposible tener a la defensiva la coraza de “persona fría” y que quiere estar en otro lado. Una vez más, tengo que resignarme a entender de una de las peores formas cómo es que funciona esta trama perfecta que es la vida misma. Podría llegar a explicarse cuando sucede en otras personas, pero cuando está en carne propia se hace hasta imposible poder llegar a describir esa rara mezcla de sensaciones que, se asemejan mucho a una yaga generada en anestesia y que, cuando ésta pasa, invade el repentino dolor.
Estoy sentada al lado de la puerta abierta del balcón, donde nuevamente soy sólo una más en la ciudad. Una persona más, un individuo más poblando tierra de nadie y transitada por todos. Entre tanto, suenan esas canciones que tocan lo más sensible de cada uno, que te hacen pensar y repensar en todos y cada uno de los segundos que pasaste en otro lado y no fuiste capaz de demostrar un afecto guardado para esas oportunidades; por imbécil. Estoy en una especie de amnesia constante que, por momentos, se desmorona como un castillo de naipes y deja vulnerable mi parte más frágil, más débil, más suave y más intocable… La más importante. Es la convivencia, el cambio de aire tan anhelado, como siempre digo; otro tipo de caras que rodean un ambiente desconocido y sin forma. Ideas de todos colores, clases, fisionomías, detalles y materias se entrecruzan, no sé si a propósito o no, con la intención más básica y general de todo organismo: protegerse a si mismo. No obstante, nada cambia. Yo no necesito eso en éste preciso segundo. Si, no sé bien qué es, pero no de algo estoy segura: NO ES ESO. Se me ocurrió, entonces, buscar distracciones para liquidar con sencillez y sutileza los minutos que se transformaron en siglos, para mi. Dibujar, asear el espacio, acomodar mis cosas, completar alguna que otra actividad de la facultad, escribir… Meros intentos medicinales contra ésta desesperación tan particular que, logra inquietarme con su característica principal: la quietud, más ahora que soy consciente que poco a poco, va duplicando su tamaño, sin permiso alguno. Es la típica revolución que se oculta detrás de los impunes momentos de los que me alimento acá, de las pocas risas que suelto y, quizás, uno que otro ratito de vibra positiva.