martes, 12 de abril de 2011

Me era altamente tóxico dejar que todo quedara así, como si nada. Sin esa "preocupación" por buscar arreglar las cosas, para regalarle la oportunidad a la resignación. No me permitía a mi misma largar lo que yo había querido, valorado, cuidado y reparado, en parte; por algo sin mucho sentido. Posiblemente, era mejor; pero para mi, no. Lo quería y de verdad me importaba, entonces me la jugué.. Me jugué el corazón, quizás por última vez. Entonces, viendo cómo se desaparecía por la vereda, lo hice volver. Siempre supe que cuando hay que hablar de cosas serias, es mejor empezar por uno mismo. Pues, eso pasó. Con palabras lentas y un discurso casi estropeado por acción de unos nervios evidentemente malos, me saqué la mochila y le pasé la posta. No hablaba mucho, pero tendía a querer anestesiar cada oración, sin ser anestesista. Nos dijimos absolutamente todo lo que se había sentido, vivido, pensado, escuchado, leído, hecho y dicho en los pasados dos o tres días. Si, más allá de dejar ir lo que me estorbaba por dentro, yo también buscaba la oportunidad de mejorar las cosas porque sentía que era algo necesario y a eso, me guste o no, lo tengo que admitir. Volvía a poner más de mi lado que del suyo. Pero en ese momento, la única idea en mi cabeza era estar con él al lado un rato más, ya que no iba a verlo más. Entre tanto que hablamos, saltó como hoja traspapelada la pregunta del millón: "¿Volvemos?". Automáticamente se desprendió de mi cabeza un planteo algo absurdo y realista, a la vez. Algo que no me callé y se lo planteé a la perfección: Por un lado, tenía la chance de arriesgarme y terminar de jugármela. Estar con él, nuevamente, siendo consciente cómo son las cosas y que iba a meterme algo así como más de lo que ya estaba; y, por otro lado, liquidar las cosas en ése instante y dejar que el tiempo ponga sus efectos en mi, ayudándome a ignorar todo lo que estaba sintiendo. Para esos segundos, el corazón no latía, sino que galopaba como si estuviese en la situación más impensable del mundo. Mucho tardamos en darnos cuenta que le pifiamos en lo importante, en lo que de verdad cuenta. Es que, no siempre la introspección necesaria se da y, realmente, cuesta discernir un poco lo que pasa. Así habíamos estado esa tarde: Aprendiendo a decirnos las cosas en la cara y sin vueltas; mostrando quejas de uno u otro consumidor molesto; Prometiendo, por mi parte, que sin exagerar ésta era de verdad mi última jugada, mi última autorización para meter mi corazón al medio de una relación y, por ende, su última chance de cuidarlo y demostrarme que las cosas pueden estar mejor.