viernes, 29 de octubre de 2010

Nadie dijo que sería más complicado que fácil. Nadie te dijo "eso es el bien y aquello es el mal", definiendo cada término a la perfección. Tampoco tuvieron la chance de ponerte como opción el estar aquí, con los pies sobre la Tierra o, quién sabe dónde. Nadie vino y te preguntó si querías estar o rejirte por la ausencia. Nunca nadie nos obligó, realmente, a tomar esa decisión, y no la otra. No nos preguntaron qé nos gustaba, para hacer a la gente más agradable y que vivamos bien, sin ningún tipo de conflicto. No suceden las cosas porque los demás deseen que nos sucedan, sino porque dejamos influenciarnos por lo que qieren los demás para nosotros a la hora de optar. Si no hablamos, es porque no queremos, no podemos, no necesitamos o no sabemos cómo hacerlo. ¿Quién iba a venir a decirte que las cosas nos duelen o nos agradan frente a distintas circunstancias?... Simplemente, suceden por una sucesión de causas creadas e instauradas, pura y exclusivamente, de cada uno de nosotros. Nadie sabía que la felicidad no era absoluta ni duradera, hasta que la sintió y la perdió al instante. Cada uno tuvo la oportunidad de averiguar en carne propia, lo que es ser golpeado por una realidad más alta y superior que la de la sociedad misma. Más grande y más abstracta que lo que se puede ver y tocar. Nunca nadie nos puso en la cabeza la idea del amar y ser amado, sino que cada uno lo fue descubriendo a sus tiempos. A ninguna persona se le hubiese ocurrido que se puede ser mejor con el paso de los días, meses y, hasta años; y no quedarse en la ignorancia de decir: "ésto es así y siempre lo será". Cada uno hizo lo suyo, pensando en sí, sin notar que las personas de su entorno se perjudicaban con las consecuencias de sus actos. En fin, nadie nos puso un manual de instrucciones con un primer capítulo que diga: "Modo de uso" o, que tenga cláusulas para saber cómo actuar, sentir y decir en determinadas situaciones "de emergencias".