“Detesto las festividades”, me dijo; levantándose del sillón
con el fin de acercarse al ventanal del balcón a mirar de qué manera el cielo
se tiñe de rojo en medio de la lluvia. “¿Por qué? ¿Qué tienen de malo?”, le
pregunté, con una curiosa ignorancia. Entonces, giró su cabeza y mirándome fijamente
me dijo: hay días festivos que no merecen un festejo.
No pensé que el día sería tan particular, nunca lo imaginé.
Pensar suele llevar algún tiempo más del que la gente normal suele creer, lo
sé. Estructurar, acomodar y organizar las ideas de una cabeza con grandes
dicotomías, es algo quizás más complicado. Tal vez para sumar, vale decir que
es extraña la vez en que no suelen aparecer esos pícaros pensamientos que no cesan jamás sus
particulares giros.
No era tarde, la madrugada apenas había iniciado y daba
lugar, todavía, a grandes momentos. No quise preguntar mucho… tal vez por temor
a una respuesta tramposa, tal vez por no querer ayudarla a vomitar verbalmente
sus molestias e incomodidades. Sin embargo, me superpuse y logré soltar un “yo
sé cómo te sentís”: palabras que intrínsecamente eran producto de un par de
malestares personales. Pude pisar con sus zapatillas y, de un segundo a otro,
me desplacé del espacio en el que me hallaba. Sin titubear ni articular
sonidos, tenía la simpática posibilidad de volver a encontrarme observando
situaciones pasadas, no muy confortables ni agradables, desde la mejor
perspectiva cenital, esa que suelen utilizar en las películas cuando “se vuelve
el tiempo atrás” y permiten que el personaje observe los errores de sus
acciones, o bien, la influencia no muy positiva del accionar de terceros. Tal cual.
Ella me había movilizado, me había afectado y había logrado algo dentro mio:
una suerte de introspección consciente (¿o no?). Recordé por qué yo odiaba lo
que ella, y generé recursos para confirmar que lo ocurrido era real. Todo lo
que yo “soñaba”, en este momento, me indicaba que efectivamente lo había
vivido. Esas consecuencias se hicieron presente como proyección instantánea y
esporádica, tirándome de la remera con el fin de que no me vende los ojos esta
vez, y tenga en cuenta los “panic attack”, los apagones de un muy cercano televisor y las
escasas lágrimas que alguna vez pude contener.
“Volvé, volvé”, pude escuchar con claridad. “Te
fuiste un rato, me parece. ¿No lo vas a llamar a tu papá? Ya son más de las
0:00”, agregó; a lo que tuvo que soportar un con el día del padre, no, como respuesta mia.