viernes, 8 de julio de 2011

La verdad que no sé por dónde comenzar. Pasó tanto, cambió todo, pisé banquina y bueno, acá estamos. Aunque, a decir verdad, hace mucho no siento esas sensaciones inllevables de vacío. A lo blanco, blanco; y a lo negro, negro. Me dediqué a perder los rodeos, los celos y, sobre todo, resignarme a que otra persona pueda llegar a hacerme dependiente de sí. No es lo mio y, quizás, nunca en la vida lo hubiese aceptado; pero creo que este es el mejor lugar para hablar de una realidad concreta, que no se ve pero se siente constantemente.
Y es que, estoy irreconocible, lo sé. Ni yo misma caigo en la cuenta de que de un par de meses a otros, modifiqué radicalmente ciertas actitudes que hacían a mi particularidad, subordinandome a una esponja invisible que, poco a poco, me amoldó a sus características, gustos y deseos. Yo no quiero hacer un texto de quejas ni reclamos, para nada. Sino que necesito remarcar que esto ya no me está haciendo bien. Tal vez porque recién empiezo a sentir esas transgresiones y veo cómo y de qué forma mucho de lo que me pintaron, no existe; o, puede que me resulta complicado seguir así y, a la vez, mantener todo en orden o lo más acercado a eso. Sin dudas, esto no es algo que necesito y, por ende, quiero decirlo acá, en mi espacio, en mi lugar, en mi mundo de mentiras verdaderas. De tanto callar, mi cuerpo empieza a dar sus propios gritos, y creo que no es algo que desee que vuelva. Yo tenía el poder con la palabra, con una mirada, con un mínimo gesto y, es como si hubiera desaparecido por arte de magia de una varita y simple palabrerío.